LA IMPORTANCIA DE LA RESURRECCION
La confesión de que “Jesús es el Señor” distingue al cristianismo de todas las demás religiones. Esa confesión es inseparable de la creencia de que Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos. No puede haber una verdadera confesión del señorío de Jesús por aquella persona que niegue que Él está vivo y que Él ha vencido a la muerte por Su resurrección.
Romanos 4:25, habla de la vindicación de los reclamos de Jesús y muestra que la obra en la cruz está completa así como Su triunfo sobre la muerte.
1 Corintios 15:45, muestra que el Jesús resucitado es el comienzo de una nueva creación, con Cristo siendo la cabeza compartiendo Su vida con nosotros.
Filipenses 3:21, dice que nuestro cuerpo futuro será como el que Él recibió en Su resurrección.
1 Corintios 15 establece la resurrección de Jesús como la base para creer que nuestra propia resurrección se producirá un día, y la clase de cuerpo qué tendremos.
Romanos 10:9-10, indica que la resurrección provee la base en la cual reconocemos y lo aceptamos a Él como Señor.
Filipenses 2:9-11, muestra que la resurrección (y la Ascensión) es la Victoria y vindicación completa de Jesús después de haber sido rechazado por la humanidad que es pecaminosa, y que Su muerte es por nuestra salvación.
Significado de la resurrección.
La resurrección de Cristo asegura nuestra regeneración. Pedro dice que «nos ha hecho nacer de nuevo mediante la resurrección de Jesucristo, para que tengamos una esperanza viva» (1 P 1:3). Aquí explícitamente él conecta la resurrección de Jesús con nuestra regeneración o nuevo nacimiento. Cuando Jesús resucitó de los muertos tenía una nueva calidad de vida, una «vida de resurrección» en un cuerpo humano y espíritu humano perfectamente apropiados para comunión y obediencia a Dios eternas.
Hay en esto mucha aplicación positiva a nuestra vida cristiana, especialmente porque tiene implicaciones para nuestra capacidad de vivir la vida cristiana. Pablo conecta la resurrección de Cristo con el poder espiritual que obra en nosotros cuando dice a los efesios que está orando para que conozcan «cuán incomparable es la grandeza de su poder a favor de los que creemos. Ese poder es la fuerza grandiosa y eficaz que Dios ejerció en Cristo cuando lo resucitó de entre los muertos y lo sentó a su derecha en las regiones celestiales» (Ef 1:19-20). Aquí Pablo dice que el poder por el cual Dios resucitó de los muertos a Cristo es el mismo poder que obra en nosotros.
Este nuevo poder de resurrección en nosotros incluye poder para tener más y más victoria sobre el pecado que queda en nuestra vida: «Así el pecado no tendrá dominio sobre ustedes, porque ya no están bajo la ley sino bajo la gracia» (Ro 6:14; cf. 1 Co 15:17). Este poder de resurrección también incluye poder para ministrar en la obra del reino. Fue después de su resurrección que Jesús les prometió a sus discípulos: «Cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder y serán mis testigos tanto en Jerusalén como en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra» (Hch 1:8). Este poder nuevo e intensificado para proclamar el evangelio y obrar milagros y triunfar sobre la oposición del enemigo les fue dado a los discípulos después de la resurrección de Cristo de entre los muertos y era parte del nuevo poder de resurrección que caracterizaba sus vidas cristianas.
La resurrección de Cristo asegura nuestra justificación. En un solo pasaje Pablo conecta explícitamente la resurrección de Cristo con nuestra justificación (o sea, la recepción de la declaración de que ya no somos culpables, sino justos delante de Dios). Cuando Cristo resucitó, esa fue la declaración de Dios de que aprobaba la obra redentora de Cristo. Al resucitar a Cristo de entre los muertos, Dios el Padre estaba en efecto diciendo que aprobaba la obra de Cristo al sufrir y morir por nuestros pecados, que su obra quedaba terminada, y que Cristo ya no tenía ninguna necesidad de seguir muerto. No quedaba pena que pagar por el pecado, ni tampoco más ira de Dios para llevar, ni más culpa o culpabilidad para castigar; todo ha quedado completamente pagado y no queda ninguna culpa pendiente. En la Resurrección, Dios estaba diciéndole a Cristo: «Apruebo lo que has hecho y has hallado favor ante mis ojos».
La resurrección de Cristo asegura que nosotros también recibiremos cuerpos perfectos al resucitar. El Nuevo Testamento varias veces conecta la resurrección de Jesús con nuestra resurrección corporal final. «Con su poder Dios resucitó al Señor, y nos resucitará también a nosotros» (1 Co 4:14). Pero la explicación más extensa de la conexión entre la resurrección de Cristo y la nuestra se halla en 1 Corintios 15:12-58. Allí Pablo dice que Cristo es «primicias de los que murieron» (1 Co 15:20). Al llamar a Cristo «primicias» (gr. aparjé), Pablo usa una metáfora de la agricultura para indicar que seremos como Cristo. Así como las «primicias» o las primeras muestras de la siega madura indican que el resto de la siembra será como las muestras, Cristo como las «primicias» muestra lo que nuestros cuerpos resucitados serán cuando, en la «cosecha» final de Dios él nos resucite de los muertos y nos lleve a su presencia.