Principales resultados de la Crucifixión de Jesucristo

La  crucifixión de Jesucristo trajo como resultado la redención de todo pecado, incluyendo el pecado de Adán, reconciliándonos con Dios. Por lo cual, ya no somos pecadores, ni extraños, ni enemigos de Dios. De lo contrario, somos salvos, justos, santificados y reconciliados con Dios, y todo esto no porque hicimos algo, sino porque Jesucristo, nuestro redentor lo hizo, dándose a sí mismo en rescate por todos nosotros.

 

Los principales efectos y resultados de la  crucifixión son los siguientes:

(1) Sacrificio. Para pagar la pena de muerte que merecíamos por nuestros pecados, Cristo murió en sacrificio por nosotros. «Ahora, al final de los tiempos, se ha presentado una sola vez y para siempre a fin de acabar con el pecado mediante el sacrificio de sí mismo» (He 9:26).

(2) Propiciación. Para sacarnos de la ira de Dios que merecíamos, Cristo murió en propiciación por nuestros pecados. «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados» (1 Jn 4:10, RVR).

(3) Reconciliación. Para vencer nuestra separación de Dios, necesitábamos a alguien que trajera reconciliación y con ello nos llevara de nuevo a la comunión con Dios. Pablo dice que Dios «por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo y nos dio el ministerio de la reconciliación: esto es, que en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo» (2 Co 5:18-19).

(4) Redención. Debido a que somos pecadores somos esclavos del pecado y de Satanás, y  necesitamos que alguien provea redención y nos «redima» de esa esclavitud. Es suficiente notar que se pagó un precio (la muerte de Cristo) y el resultado fue que quedamos «redimidos» de la esclavitud. Fuimos redimidos de la esclavitud a Satanás porque «el mundo entero está bajo el control del maligno» (1 Jn 5:19), y cuando Cristo vino murió a fin de «librar a todos los que por temor a la muerte estaban sometidos a esclavitud durante toda la vida» (He 2:15). Realmente, Dios el Padre «nos libró del dominio de la oscuridad y nos trasladó al reino de su amado Hijo» (Col 1:13).